jueves, 6 de diciembre de 2012

LILIANA DOMINGUEZ. LA TANGUERA DE LA RAMBLA MARPLATENSE


por Luciana Acosta 
para 0223.com.ar

Un vendedor ambulante ofrece tiras de caramelos, pastillas de menta y gaseosas frescas. Un pibe de remera celeste baila solo, dibuja círculos sobre los balsodones grises. Algunas señoras aplauden con entusiasmo, y los hombres de la primera fila usan sus dos manos para taparse del sol. En segundo plano, una mujer y tres nenes esperan ser atendidos frente al carrito del pochoclero.

Yo soy con orgullo la que canta en la Rambla, la que tira la manga y le canta al amor. Yo soy la que lucha por alcanzar un sueño, la que armó su teatro frente al mar, junto al sol.

El show está por terminar y con esos últimos versos que ella misma compuso intenta presentarse. Pero no hace falta: los cientos de espectadores que se ubicaron hace una hora y media atrás en las escalinatas de Rivadavia y la costa, mirando hacia el espigón de los pescadores, y, principalmente, aquellos que encontraron lugar preferencial con sus reposeras y sombrillas de lona, ya saben que ella es Liliana Domínguez, la tanguera de la Rambla de Mar del Plata.
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A esa explanada llegó hace exactamente veintiún años. Venía de la provincia de Catamarca, acompañada de sus hijos Edgardito, Yolanda, Paula, Diego y Javier, y sólo sabía cantar. Recién divorciada y sin trabajo, salió a patear la calle. Frente a la Bristol conoció al folclorista Hugo Artaza, el “Tucumano”. Él fue quien le abrió el telón del que desde entonces es su escenario. Y también quien le aclaró que para vivir de esto, había que perder la vergüenza y animarse a tirar la manga, para que cada uno colabore con lo que pueda o tenga.

- ¿Por qué la Rambla?
- Cuando vos pasás por un lugar, ves cosas que te pueden gustar o no y tenés dos opciones: te quedás o te vas. A mí me pasó eso hace veintiún años, y me quedé porque es el lugar que tenía todo lo que yo buscaba.
En aquel entonces había pocos artistas y el “Tucu” me dio una mano grande. Me prestó su micrófono, sus cosas y me dejó cantar en su espacio. A los quince días, ya me había independizado, porque había entendido que no tenía nada de malo pasar la bolsa al final de la presentación.

- ¿Se puede vivir de esto?
-Sí, y dignamente. El arte callejero le dio de comer y educó a mis hijos. Hice mi vida gracias a la gente que me viene a ver.
Montar un show a metros de la playa Popular implica llevar un minucioso estudio del clima. También se tiene en cuenta en qué horario baja el sol. Desde Semana Santa y hasta los primeros días de diciembre, se canta entre las dos y media y las cinco de la tarde, porque antes o después, el sol no es lo suficientemente fuerte para soportar el aire frío del mar. En enero, febrero y marzo, cuando en ese punto se juntan unas tres mil personas por día, se arranca un poco más tarde. Después vendrán los números de la imitadora de Gladys, la 'bomba tucumana' y el del que se esfuerza por parecerse al bailanteroAntonio Ríos. También hay lugar para el “Santiagueño” de los cuentos y “Famitango”. Está todo perfectamente organizado.

Liliana se ocupa de cada detalle. Inclusive, antes de que empiece cada temporada graba un disco con nuevos temas –ya tiene más de veinte, entre cassettes y cd’s-, cambia el grupo electrógeno y el vestuario, porque por más que el público asista de ojotas y malla, esto es un espectáculo de tango.

 Con el arte a otra parte

El hecho de que la gente vaya a verla verano tras verano y le hable a otros de ella, le permitió tener ese reconocimiento que no todos los artistas locales logran. Así, llegó al Teatro Colón de Mar del Platajunto a la Orquesta Municipal de Tango que dirige el maestro Julio Dávila y estuvo en tres oportunidades en el Festival Nacional del Poncho en la provincia de Catamarca. Además, fue parte en el '93 del Festival de la Doma y el Folklore en Jesús María y cantó en el Salón Dorado del Senado de la Nación. Y en 2006, el Concejo Deliberante de General Pueyrredon valoró su trayectoria y la declaró “cantante de interés general y cultural”.

Sin embargo, todo se desmoronó en noviembre de 2010, en las puertas de la temporada, cuando el gobierno municipal de Gustavo Pulti decidió erradicar a los artistas callejeros de la Rambla, incluida la tanguera. Si bien durante los '90 habían sido víctimas de medidas similares, esta vez fueron literalmente corridos del playón.

Pese al rechazo inicial, aceptaron trasladar sus espectáculos al Paseo Dávila y a la Plaza España. Dos o tres presentaciones en los nuevos escenarios fueron suficientes para darse cuenta de que no iba a funcionar: jamás lograron generar la atmósfera de popularidad que había en Rivadavia y la Costa. Ése fue el límite y Liliana encabezó una fuerte resistencia: encadenada a un poste del alumbrado público, denunció la persecución que llevaban adelante las autoridades locales y hasta amenazó con hacer un piquete en la ruta 2. Pero no sirvió: ese verano, los cantantes se presentaban sin previo aviso y regalaban su música hasta que llegaban los inspectores y les secuestraban los equipos de sonido.

Sin lugar y sin trabajo, Domínguez vendió su auto, se deshizo de algunos objetos de valor y abrió una fiambrería. La idea era pasar el invierno y que su amiga y sonidista, Soledad, no se quedara desocupada. Al final, la incipiente empresa no funcionó y tres meses después debieron, prácticamente, regalar el fondo de comercio.
En marzo, ya sin turistas, pudo volver al boulevard y comprobó que la gente seguía ahí, esperándola.

- ¿Cómo fueron esos meses?
- Fuimos muy combatidos y la pasé muy mal. Por primera vez, a mis cincuenta y pico de años, sentí que no podía hacer nada. Toqué fondo, tuve un preinfarto y sentí que me secaba como una planta. Llegué a no querer ni pasar por este lugar. Encima, con el negocio nos fue re mal, nos fundimos. Pero era lógico, cuando uno hace lo que no ama ni sabe hacer, pasan estas cosas.

 De la Rambla a la televisión, sin escalas

En marzo de este año, la tanguera fue a probar suerte al programa de televisión “Soñando por cantar”, que produce Ideas del Sur y se emite por Canal 13, y se convirtió en una de las finalistas del concurso.
Estar en un programa de televisión fue una idea que siempre dio vueltas por la cabeza de Liliana y cuando pudo, lo hizo: a los doce años pasó por “Si lo sabe cante”, de Roberto Galán, y se alzó con la medalla del primer puesto y el famoso canario. Tiempo después estuvo en “Grandes valores del Tango” y, aunque la habían invitado, no pudo cumplir con Juan Alberto Badía porque no encontró con quien dejar a sus hijos menores para que los cuidaran.

- ¿Qué te llevó a participar? ¿Cómo fue la primera audición?
- Mi familia, mis amigos y el marplatense que me sigue de siempre me insistían para que fuera, pero yo les decía que ni loca, que jamás volvería a presentarme en un concurso. Ya había tenido una mala experiencia en “Grandes valores del Tango” y no quería pasar otra vez por lo mismo. La verdad, debo reconocerlo, tenía miedo. Hasta que un día vi el programa, me pareció que era serio, pedí un auto prestado y viajamos a Buenos Aires.
Había mucha gente, muchísima. Pasé, completé la ficha de inscripción y la entregué. Me quería ir, mirá si bajaban la palanca porque no les gustaba lo que yo hacía. ¿Y si arruinaba veinte años de carrera en dos minutos? Justo, cuando me estaba yendo, un productor me llamó. ¡Se acordaba de haberme visto en el verano! Ya no había vuelta atrás, así que entré, canté y salí. Me dijeron que cualquier cosa me iban a avisar. Nos subimos al auto y llegamos a casa a las once y media de la noche, pero a las dos y media de la mañana me llamaron para que volviera. Esa noche no dormí.

- ¿Qué sentiste cuando entraste a ese escenario por primera vez?
- Estaba bastante tranquila hasta que escuché que anunciaban mi nombre. Me quedé en blanco, se me secó la boca; me olvidé de todo en unos pocos segundos. ¡Era pantriste! Igual, pude sentir el cariño y el respeto de la gente. No podía creer que Valeria Lynch, Alejandro Lerner y Patricia Sosa me estuvieran dando devoluciones tan lindas. Ni te cuento cuando me dieron la sorpresa y apareció Raúl Lavié para que cantáramos juntos. No sabía qué hacer; jamás pensé que me pudiera pasar una cosa así a esta altura de la vida.
Al fin de semana siguiente, cuando volví a las escalinatas, me estaba esperando una cola de gente para sacarse fotos conmigo y se llevaban mis discos sin siquiera preguntar el precio. El “Soñando...” me ayudó muchísimo.

-¿Y ahora?
-Y ahora hay que esperar. Pero yo tengo muy en claro una cosa: nací para esto, amo cantar. Lo que me está pasando en este momento es parte de un sueño que, en realidad, desde hace más de veinte años me cumple la gente de la Rambla. Ellos me hacen sentir famosa. Ojalá alguna vez pueda trascender y llenar teatros, pero la Rambla siempre va a ser mi lugar.
Yo soy con orgullo, la que canta en la Rambla, la que tiene una amiga -la bolsa-, más que incondicional. Por la que algunos preguntan cómo no es famosa; soy Liliana Domínguez y con eso ya está.

El público aplaude, la mayoría de pie. Piden otra, pero ella levanta los brazos, se despide y se va. Mañana, después de las tres de la tarde, si no llueve, el show volverá a empezar

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