(Escribe Adrián Freijo) – No se puede andar por la vida descalificando todo el tiempo al que no piensa como nosotros, y mucho menos suponer que una mirada distinta siempre esconde algo perverso o malintencionado. Los organismos defensores de derechos humanos pueden no estar de acuerdo con el fallo del jury al Dr. Hooft pero lo que no pueden hacer es desconocerlo o descalificarlo. Máxime cuando minutos antes de hacerse público sostenían ante quien les pusiese un micrófono delante que estaban seguros de que iba a ser apabullantemente condenatorio., lo que hace suponer que confiaban en los antecedentes de los mismos jueces que ahora atacan. La justicia “a medida” es otra forma incivilizada de justicia”por mano propia”.
Ya ni siquiera es necesario detenernos en el peor de los males que ha sufrido culturalmente nuestra sociedad y que es haber sido privada de entender en toda su dimensión la cuestión de los derechos humanos.
Ha quedado evidenciado el uso miserable dado a la cuestión y el secuestro de tales principios en la búsqueda de beneficios personales de todo tipo para sus apropiadores, que lamentablemente deberán pasar varias generaciones para que nuestros niños se formen en la idea de que la libertad de pensamiento, la salud, el derecho a la verdad histórica y sobre todo el de no ver la vida condicionada por facciones interesadas, como tantos otros, integran también el universo de aquello que nos corresponde por nuestra esencia de seres humanos.
Pero las cosas en la Argentina han sido distintas.
En cada ciclo histórico los vencedores se han convertido en dueños y señores de los destinos ajenos y su escala de valores debió ser asumido por todos como propio bajo pena de ser convertidos en seres despreciables a quienes había que perseguir, acallar y aún matar, física o civilmente.
Aunque tengamos la convicción de que tildar de “vencedores” a quienes llevaron al país al fracaso más grande que la humanidad reconozca en la historia moderna sea al menos una exageración.
Una vez más ese vicio de omnipotencia está entre nosotros. ¿Será la última?…difícil si los ciudadanos no nos ponemos firmes en el intento de que las cosas cambien.
No se trata de pretender que quienes esperaban una condena a Hooft estén felices, ni siquiera que se llamen a silencio.
Ellos tienen todo el derecho del mundo a pensar como quieran y expresar libremente esa convicción.
Pero si tenemos derecho –y la obligación de expresarlo- a que no se descalifique a la justicia por el sólo hecho de no haber resuelto en el sentido que pretendían.
Sólo personas malintencionadas, deseosas de apropiarse de la verdad y de la historia, pueden negar que en la Argentina han quedado fuera de juzgamiento muchos criminales que han sido tan responsables del doloroso drama nacional como los que ahora purgan en las cárceles sus horrendos crímenes, entre los que el de la omnipotencia es sin duda alguna el peor.
Cada violento, cada criminal, y cada asesino de aquellos años actuó con total libertad de elección y prefirió la violencia como instrumento para lograr lo único que importaba a unos y a otros: la toma del poder.
En el medio, millones de ciudadanos se vieron en la obligación de seguir viviendo con las reglas de juego de una sociedad que no habían elegido y una guerra que no les pertenecía.
Seguir viviendo…nada más y nada menos que eso.
No hacerlo con las pautas impuestas por los asesinos significaba perder la vida, con algo de suerte el trabajo y con dramática frecuencia la libertad. Y en todos los casos el futuro y la tranquilidad.
¿Es casual que una apabullante mayoría de marplatenses identifiquemos a Pedro Hooft como uno de los pocos que nos defendió de aquel estado de cosas?.
¿Somos todos estúpidos y nos dejamos engatusar por el magistrado?
¿Somos cientos de miles de perversos que lo acompañamos en esas atrocidades que tan sólo unos pocos dicen que cometió?.
Nada de esto tiene sentido…pero lo adquiere cuando se trata de poner en evidencia una persecución plagada de ideologismo, odio y miserables intereses económicos y políticos.
La justicia habló y la gente sintió por primera vez en mucho tiempo la sensación de que comienza el ocaso de “los dueños de la historia y la vida”. Pero queda mucho por hacer y es mucha la necesidad que tenemos del imperio de la verdad y la justicia que nos permita recuperar nuestra historia y nuestra dignidad de ciudadanos.
Para que ya no haya más “dueños” de la Argentina; para que existan castigos y premios que permitan diferenciar, al menos, a los criminales y a los inocentes.
Para que los tutores de la nada dejen paso, para siempre, a los verdaderos representantes del pueblo y a sus leyes.
Que el caso de Pedro Hooft se convierta en la primer baraja repartida en un nuevo juego de libertad.
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